miércoles, 9 de febrero de 2011

Curiosidades en torno a las invasiones.





El cambio de mando inesperado.


A veces al leer sobre las invasiones llegamos a perdernos entre los mando ingleses sin entender quien es el que poseía mayor cargo. Es de saber que en el medio de las invasiones de 1806 hay un cambio de primer ministro, de Mando General y mas sorprendente aún de jefe de expedición. Para la tercera invasión se iban agregando mas y mas oficiales que, de acuerdo a la etiqueta de la guerra, el mas viejo y reconocido era el capaz de tomar el mando

¿Recuerda a  Pophan? Él fue quien organizó todo la invasión al Río de la Plata, estaba por salir del cabo (para la invasión de 1806) y había pedido a su superior mas tropas. Baird le concede más tropas, pero impone en el mando de las mismas al Coronel William Carr Beresford. Desde hacía algunos años, Beresford era tuerto, había perdido un ojo como consecuencia de un accidente de tiro. Para esta comisión, Baird le otorga el grado de Brigadier General, ascenso que fue mantenido en reserva por Beresford, que lo da a conocer al llegar al Río de la Plata, para disgusto de Popham, quien el 24 de junio escribe su queja a Marsden, secretario del Almirantazgo.

Tremendo disgusto para el pobre Pophan que quería alcanzar la gloria. No le había alcanzado con la que logró en Suez peleando para su patria.



Rosas, el heroe que no estuvo.

Esta historia me hace acordar un cuento de Alejandro Dolina en el cual un actor perfeccionó un arte que lo haría famoso... el arte de la ausencia. Cada vez que era representada una obra, se lo mencionaba al final como un actor mas, pero la gente no lo había visto hacerlo, por lo tanto su arte de la ausencia lo hizo famoso.

Lo mismo pasó con Juan Manuel de Rosas. La polémica se centra sobre la real participación de Rosas en este evento, ya que durante su gobierno se publicitó su actuación en las invasiones, asegurando que "había salvado a la patria antes de que naciera". Fuentes respetables como Adolfo Saldías mencionan la actuación de Rosas durante la Reconquista, entonces un niño de trece años. Fue nombrado "agregado de artillería", y prestó servicio auxiliar en uno de los cañones. Pero todo se complica al hablar de la tercera invasión: Rosas se incorporó al cuerpo de Caballería de los Migueletes antes de cumplir los catorce años (esto es, no cumplía la edad mínima de quince que establecía el Reglamento de Milicias para los cuerpos de voluntarios). Según José María Rosa fue aceptado de todos modos, como premio a su labor durante la Reconquista, pero otras fuentes señalan que fue dado de baja quince días antes de la contienda.


El "Bello sexo"

Cuenta Gillespie: "El bello sexo es interesante, no tanto por su educación como por un modo de hablar agradable, una conversación chistosa y las disposiciones más amables. Era invierno cuando nos apoderamos de Buenos Aires; en esa estación se daban tertulias, o bailes, todas las noches, en una u otra casa. Allí acudían todas las niñas del barrio, sin ceremonia, envueltas en sus largos mantos, y cuando no estaban comprometidas, se apretaban juntas, para calentarse, en un sofá largo, pues no había chimeneas y se utilizaba el fuego sólo con frío extremo. (...) Los jefes de familia demostraban su gran bondad hacia nosotros, por sus ofrecimientos de dinero y todas las comodidades, pero siempre había una reserva visible en ellos".

Gillespie era un pillo observador de las mujeres, el cuenta como las bellas damas reciben a los soldados ingleses desde los balcones, como se muestran sin ninguna preocupación por la entrada de estos.

Sin embargo no todas las damas estaban contentas con la ocupación. Sigue Gillespie: "Después de asegurar nuestras armas, instalar guardias y examinar varias partes de la ciudad, los más de nosotros fuimos compelidos a ir en busca de algún refrigerio. Había muchos guías prontos a nuestro servicio para conducirnos, entre una cantidad de changadores haraganes que importunan por las calles. Nos guiaron a la fonda de los Tres Reyes, en la calle del mismo nombre. Una comida de tocino y huevos fue todo lo que nos pudieron dar, pues cada familia consume sus compras de la mañana en la misma tarde, y los mercados se cierran muy temprano. A la misma mesa se sentaban muchos oficiales españoles con quienes pocas horas antes habíamos combatido, convertidos ahora en prisioneros con la toma de la ciudad, y que se regalaban con la misma comida que nosotros. Una hermosa joven servía a los dos grupos, pero en su rostro se acusaba un hondo ceño. La cautela impidió que por mucho tiempo ella echase una mirada, esa chismosa de los pensamientos femeninos, sobre su objeto, y lo consideramos causado por nosotros.


"Ansiosos de disipar todo prejuicio desfavorable le expliqué, valiéndome del señor Barreda, criollo civil que había residido algunos años en Inglaterra y que estaba presente, los usos liberales de los ingleses en tales casos, y le rogué que hiciera confesión franca del motivo de su disgusto. Después de agradecernos por esta declaración honrada, inmediatamente se volvió a sus compatriotas, que estaban en el otro extremo de una larga mesa, dirigiéndose a ellos en el tono más alto e impresionante: "Desearía, caballeros, que nos hubiesen informado más pronto de sus cobardes intenciones de rendir Buenos Aires pues apostaría mi vida, que de haberlo sabido, las mujeres nos hubiéramos levantado unánimemente y rechazado a los ingleses a pedradas". Este heroico discurso aturdió a aquellos guerreros y agradó no poco a nuestro amigo criollo."


Los indios dispuestos.


Martín A. Cagliani agrega, desde su página de Historia Argentina en Internet, otro dato curioso sobre la historia de las invasiones: los insistentes y desoídos intentos de los tehuelches por colaborar en la pelea contra los británicos. Estos indios habitaban la Pampa y la Patagonia y eran enemigos eternos de los araucanos, provenientes de Chile. "Cinco días después de la rendición de los ingleses –escribe Cagliani– el 17 de agosto de 1806, se apersonó en la Sala del Cabildo –según dice el acta correspondiente– el indio pampa Felipe con Don Manuel Martín de la Calleja y expuso aquel por intérprete que venía a nombre de dieciséis caciques de los pampas y tehuelches a hacer presente que estaban prontos a franquear gente, caballos y cuantos auxilios dependiesen de su arbitrio para que este Cabildo echase mano de ellos contra los colorados, cuyo nombre dio a los ingleses; que hacían aquella ingenua oferta en obsequio a los cristianos, y porque veían los apuros en los que estarían, que también franquearían gente para conducir a los ingleses tierra adentro si se necesitaba, y que tendrían mucho gusto en que se los ocupase contra unos hombres tan malos como los colorados". Los cabildantes agradecieron el ofrecimiento, y le dieron al cacique Felipe tres barriles de aguardiente y un tercio de yerba. Al mes los indios volvieron al Cabildo. Esta vez Felipe acompañaba al cacique pampa Catemilla, ratificaron la oferta anterior y expuso que "sólo con el objeto de proteger a los cristianos contra los colorados habían hecho las paces con los ranqueles, con quienes están en dura guerra". Estos ofrecimientos se repitieron en tres oportunidades más, y nunca fueron atendidos por el Cabildo.

¿Donde están los soldados?

¿Podríamos pedir recompensa verdad? tenemos unos soldados perdidos en la historia... No digo perdidos en el sentido literal, solo que no he podido hallar mas información sobre ellos. El que sepa algo por favor me avisa.

Me refiero a lo que aconteció en el primer contacto español con la fuerza británica que se produce el 13 de mayo de 1806. Desde la fortaleza de Santa Teresa, en la costa atlántica uruguaya, divisan un buque de guerra, el que resulta ser la fragata Leda. El 18 se acerca y el día 20 desembarca un oficial con cinco hombres, los que son capturados. Después de un intercambio de fuego de cañones con el fuerte, el buque manda un nuevo oficial con bandera de parlamento para exigir la devolución de los anteriores. Este oficial también es capturado, en clara violación a las leyes de la guerra. No habiendo conseguido su objetivo de recuperar a sus hombres, el buque inglés se alejó el día 25, sin duda a esperar al resto de la expedición en la boca del río. ¿Es muy tarde ya para buscar el paradero de estos soldados?

Como matar un heroe.


Uno de los caudillos defensores mas admirado debería ser Santiago de Liniers, quien pocos años después, en plena revolución de 1810, es fusilado por los revolucionarios. Bonita forma de agradecer una defensa tan heroica de los intereses de su ciudad.

Santiago de Liniers ha tenido en esos años evaluaciones públicas contrapuestas: por un lado, fue rescatado por su acción militar durante los acontecimientos bélicos; por otro lado, fue cuestionada su gestión gubernamental.


Dichas evaluaciones son siempre ideologizadas y el historiador necesita tener presente los contextos en las que se pronuncian. Muchos comerciantes españoles no estaban de acuerdo con la utilidad del Cabildo Abierto y abjuraban del apoyo que Liniers recibía de las milicias. Esa mutua necesidad entre unos y otros no serviría a la hora de definir posiciones políticas durante la revolución. Las milicias serían revolucionarias y
rupturistas y Liniers contrarrevolucionario y españolista. La necesidad de fusilamiento era válida en el contexto revolucionario “jacobino” que dominó las acciones primeras de la Junta de Gobierno.

El muere con el título de conde de Buenos Aires, título este ofrecido por el Rey por tanta valentía.

Virrey Sobre Monte.

Podríamos ir asimilando de a poco la perdida de un ilustre como Liniers, pero no podríamos asimilar el trato que recibió el Virrey Sobre Monte al llegar a España. Por favor... mente abierta.

El Virrey Sobremonte ha quedado en la historia como el villano que huyó con los caudales. Nada modificará sustancialmente esta visión tan arraigada; sin embargo, el Virrey actuó conforme a las leyes vigentes y trató de poner a resguardo los bienes públicos retirándose a Córdoba, que era la “plaza de armas”. Pero así no lo comprendió la población ni la historia. La actuación de los acaudalados comerciantes de Buenos Aires, que entregaron este tesoro que fue paseado en Londres, a fin de salvar los propios que corrían peligro ante las represalias esgrimidas por el invasor, no fue nunca motivo de análisis. Como bien señala Felipe Pigna y en tono de humor, la amenaza de Beresford de cobrarse el botín con fortunas personales sentó “un lamentable y exitoso precedente, (…) que el Estado se hiciera cargo de los gastos”.


Evidentemente la población de la pequeña aldea esperaba una actitud más heroica de su virrey. Cuando este fue juzgado en España, fue absuelto de culpa y cargo; incluso más tarde recibió un ascenso en su carrera. Los ingleses actuaron en forma distinta con el responsable de la segunda invasión: Whitelocke fue juzgado rápidamente (a principios de 1808) degradado y expulsado del ejército inglés.


La bala de cañon en el hospital Maciel.


El Hospital Maciel, en plena ciudad vieja de Montevideo fue testigo de las invasiones. La capilla del viejo edificio todavia conserva en la columna izquierda de la entrada una bala de cañon que nos muestra lo recio del combate. La incrustación es perfecta (mejor dicho así la dejaron) y es evidencia de que en los primeros años del siglo XIX, unos cientos de soldados rompieron la monotonía de la vida colonial.

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