sábado, 5 de marzo de 2011

La última batalla de Arquímedes.





“¿Cuándo es que váis a poner  término a esta ridícula  lucha
contra el viejo geómetra, que con espejos juega con nuestros
 navíos  y  pone en fuga  a nuestros marineros,  que arremete
contra nuestro ejército con una serie de dardos y proyectiles 
incendiarios?" 

Marcelo.



Los rioplatenses tenemos un dicho: "mas vale maña que fuerza" (entiéndase "maña" como el uso del ingenio, la inteligencia). Este proverbio de la sabiduría popular parece pintar de manera prodigiosa la historia que contaré hoy. Arquímedes fue un sabio, físico matemático e inventor heleno quien puso su vasto conocimiento natural en la construcción de armas de guerra para defender su ciudad Siracusa.


Situémonos en el año 212 antes de Cristo en la actual Sicilia, la llamada por entonces Magna Grecia. Siracusa es una poli griega, que junto con otras ciudades forman parte del desbande griego de siglos anteriores. Cada una de estas polis, hijas de las Metrópolis de la península helénica, habían alcanzado una autonomía bastante prodigiosa, como era costumbre de los griegos.


Hieron II era el tirano de Siracusa. Reinó desde el 265 al 216 AC. y fue aliado tanto de Cartago en un momento, como de Roma en otra instancia de la llamada Guerra Púnica. Conocido es el caso de su corona adulterada, o mejor dicho, la corona que poseía menor valor de lo que en verdad tenía, porque el platero que la diseño se encargo de poner menos oro del que llevaba. 

Arquímedes su pariente científico, (a quien dedicaré estos parrafos) fue el encargado de resolver el misterio, regalando al mundo un ejercicio de lógica monumental y una frase que hasta el día de hoy es recordada.

Dejemos ese asunto ya bastante conocido porque quiero llevarlos al campo de batalla. Hieron II muere y lo sucede Hieronides. Sicilia era un débil reino en medio de la secular contienda entre las poderosas Roma y Cartago; el primero al Norte y el segundo al sudoeste se preparaban para la guerra de la sobrevivencia. El rey Hierón fue lo bastante hábil como para mantener al pueblo siciliano al margen de la disputa; aunque no dejaba de mostrar una ligera predilección hacia el Imperio Romano. Su sucesor, Hieronides, sin pensar en las consecuencias lleva a Sicilia y Siracusa al bando de Cartago.



Roma siempre fue orgullosa, no sabía perdonar. Y no perdonó la sublevación del rey Hieronides, y pese a tener la amenaza latente de Aníbal[1] en las provincias meridionales, comisionaron al general Marco Claudio Marcelo[2] para que al frente de un importante número de legiones castigase la rebelión de Hieronides. Para Roma dicha defección se producía en un momento crítico; justo cuando parecía concretarse el triunfo de Aníbal.

Marcelo atacó por tierra y mar. En poco tiempo la formidable maquinaria de guerra del Imperio Romano se impo­nía. Sólo Siracusa y, gracias a haberse replegado al interior de sus sólidas murallas ofrecía resistencia al victorioso Marcelo. Siracusa movilizó todos sus recursos en la vital lucha, movilizó también el genio de su hijo predilecto: Arquímedes. A los sesenta y dos años, el hombre que vivía prácticamente recluso de las salas de investigación desde los escasos nueve años, el hombre que estaba más curvado hacia el suelo que un campesino, le fue más útil a Siracusa que un aguerrido ejército. Durante más de tres años las embestidas de las curtidas legiones de Marcelo se estrellaron no sólo ante las recias murallas de Siracusa, sino ante los ardides, estratagemas y máquinas inventadas por Arquímedes. Su nombre era mencionado con temor por los sitiadores, en él se conglome­raban las maldiciones de los orgullosos romanos.

Es precisamente la intervención de Arquímedes contra el invasor romano, la etapa de su vida que más se ha comentado, sobre ella se ha escrito mucho y muchas leyendas se han tejido al respecto. Es evidente que la intervención de Arquímedes fue providencial para la sitiada Siracusa, sus inventos, la mortandad que ellos producían y el temor y respeto con que los romanos hablaban de él no dejan duda respecto al valor intrínseco de su participación. Respecto a su muerte, lo único que está definitiva­mente aclarado es que murió a manos romanas, pero nunca se aclaró cómo. Voy a presentarles relatos de diferentes historiadores; el primero a que nos remitimos es Polibio[3]:


“Todo estaba listo y los romanos se aprestaban a atacar las torres, pero Arquímedes, por su parte, había ordenado construir máquinas adecuadas para lanzar flechas a la distancia que fuera. El enemigo estaba aún lejos de la ciudad cuando mediante balistas y catapultas más grandes y armadas más fuertemente, los traspasaban con tantas flechas que no sabían cómo evitarlas. Mientras una iban muy lejos, otras más pequeñas estaban proporcionadas a la distancia, de manera que ellas sembraban una gran confusión entre los romanos, que no podían emprender ninguna acción; de ahí que Marcelo, no sabiendo qué empresa acometer, se vio obligado a hacer avanzar sin ruido sus galeras durante la noche. Mas cuando estas estuvieron al alcance de las flechas, Arquímedes inventó otra estratagema contra los navíos. A lo largo de la muralla había colocado grandes antorchas que fueron encendidas en momentos oportunos, además, a la altura de un hombre había hecho abrir en la muralla boquetes en gran cantidad y del ancho de una mano, detrás de esas defensas había apostado arqueros y ballesteros que, tirando sin cesar sobre la flota, tornaban inútiles todos los esfuerzos de los soldados romanos. Cuando los romanos empezaron a levantar sambucas, de detrás de la muralla aparecieron máquinas dispuestas de antemano y que habían permanecido ocultas la mayor parte del tiempo. Esas máquinas, extendían sus picos mucho más allá de las defensas, transportaban, las unas, piedras de un peso no menor de las seiscientas libras, las otras, masas de plomo de igual peso. En cuanto las sambucas se acercaban, un cable hacía girar el pico de esas máquinas y mediante una polea que se soltaba se dejaba caer sobre la sambuca una enorme piedra que no sólo destrozaba el navío, sino que causaba pavor entre sus ocupantes. Otras máquinas lanzaban sobre los enemigos, que iban cubiertos para evitar las flechas que les dirigieran desde las murallas, piedras de un grosor tal como para hacer abandonar la proa a quienes allí combatían. Además, él dejaba caer una mano de hierro unida a una cadena, mediante la cual, quien dirigía el pico de la máquina como si fuera el gobernalle de una nave, cuando éste había atrapado la proa de un buque, dejaba caer el otro extremo del lado de la ciudad. Entonces cuando había levantado el navío sobre su proa y fijado el brazo de la palanca para tenerlo inmóvil, mediante una rueda o una polea dejaba caer la cadena. Ocurría entonces inevitablemente, o que los navíos caían de costado o se daban vuelta completamente, y con mayor frecuencia, la proa cayendo de tan gran altura, los navíos se sumergían totalmente, con gran terror de aquellos que transportaban”.

Por su parte, Tito Livio[4], nos ofrece una descripción bastante completa de las murallas que circundaban a Siracusa, y nuevamente veremos cómo las máquinas que creara Arquímedes causan pánico entre los romanos; cómo el genio, intelecto de este admirable hombre retarda una y otra vez los planes de Marcelo:

“Las murallas se extendían sobre colinas de altura desigual; en casi todas partes el terreno era elevado, y por tanto difícil, pero también se encontraban algunos valles bajos cuya planicie permitía un fácil acceso. Según la naturaleza del lugar, Arquíme­des fortificó la muralla con toda clase de obras. Marcelo con sus quinquerremes[5], atacó el muro de la Acradina[6], bañado, como dijimos por el mar. Desde lo alto de los otros buques, los arqueros, honderos y hasta los vélites[7], cuyas flechas no pueden ser devueltas por nadie que no conozca su manejo, no permitían a nadie, por así decirlo, que permaneciera impunemente en los muros. Como es necesario bastante espacio para lanzar aquellas flechas, esos buques estaban bastante alejados de las murallas. A los quinquerremes iban unidos por pareja otros buques, a los que se les había quitado los rangos de remo del interior a fin de poderlos unir por la borda. Estos aparejos eran conducidos como navíos ordinarios mediante la serie de remos del exterior y estaban dotados de torres de varios pisos y otras máquinas destinadas a abatir las murallas. A tales preparativos Arquímedes opuso desde las defensas, máquinas de distinto tipo y tamaño. Sobre los buques que estaban lejos lanzaba piedras de un grosor enorme y sobre los más próximos proyectiles más livianos, pero en mayor cantidad. Y finalmente, para que los suyos sin ser heridos pudieran abrumar a los enemigos con flechas, abrió en los muros, en todas las dimensiones, troneras de un ancho aproxima­do de un codo, y a través de ellas y manteniéndose a cubierto atacaban al enemigo con flechas y escorpiones de tamaño medio. Si alguna embarcación se aproximaba a una distancia inferior al alcance de las máquinas, una gran palanca situada sobre el muro lanzaba hacia la proa de la embarcación una mano de hierro unida a una cadena. Un enorme contrapeso de plomo atraía hacia atrás esa mano de hierro que, levantando así la proa, suspendía la embarcación, después, mediante una rápida sacudida, la soltaba, de tal manera que la nave parecía que cayera desde la muralla”.
Como hemos visto a través de los historiadores, todos los intentos de Marcelo fracasaban; la formida­ble maquinaria inventada por Arquímedes logró parar en seco la formidable maquinaria romana. El sitio terrestre y marítimo a Siracusa fue el único recurso que le restó a Marcelo, pues el genio de Arquímedes le obligaba a mantenerse a muy prudente distancia de las defendidas murallas de Siracusa. Los espejos ustorios que Arquímedes empleó para incendiar desde considerable distancia la altiva flota romana, es uno de los inventos que le han conferido aquella aureola de mago sobrena­tural con que se le conocía en la antigüedad. Es fácil imaginamos el pavor que causarían aquellos misteriosos incendios en aquel lejano despertar de la civilización. Nos remitimos al testimonio de Zonaras[8], en el ya relativamente cercano siglo XII:

“Arquímedes incendió toda la flota de los romanos de una manera extraordinaria, pues habiendo dirigido un espejo hacia el sol, recogió sus rayos, y habiendo calentado el aire gracias a su espesor y al pulido de ese espejo, provocó una llama enorme que dirigió hacia todos los buques que estaban en la trayectoria del fuego y los incendié totalmente”.

Tzetzes[9], otro historiador del siglo XII, nos ofrece este relato:

“Cuando Marcelo hubo dispuesto sus buques a tiro, el viejo (evidentemente se refiere a Arquímedes), que había fabricado un espejo hexagonal, dispuso a distancia conveniente pequeños espejos cuadrangulares, de igual especie, móviles sobre láminas de metal mediante charnelas. Expuso esos espejos a los rayos solares del mediodía de verano los cuales, reflejados por el espejo, provoca­ron una terrible llama sobre los buques, que fueron reducidos a ceniza más allá de la distancia del arco”. 

Tres años duró el sitio de Siracusa. El poderío romano se impondría a la larga, aunque los sitiados vendiesen muy cara su derrota. En la caída de Siracusa no sólo perdió la vida Arquímedes, sino que se perdieron muchos de sus escritos. Existen muchas versiones respecto a su muerte, la mas famosa, la de Valerio Máximo[10], que es la que considera­mos más ajustada a la realidad: 

“Marcelo, dueño finalmente de Siracusa, no ignoraba que habían sido las máquinas de ese geómetra las que habían impedido por tanto tiempo la victoria. Sin embargo, lleno de admiración por ese genio extraordinario, dio orden de conservarlo vivo, siendo para él de tanta gloria la captura de Arquímedes como la toma de Siracusa. Pero mientras Arquímedes con la vista y la atención fijas en el suelo trazaba figuras, un soldado que había penetrado en la casa para saquearla, levantó sobre él su espada preguntándole quién era. Arquímedes, totalmente dedicado al problema cuya solución buscaba, no atinó a decirle su nombre, sino que mostrándole con las manos las líneas dibujadas sobre la arena, le dijo: “por favor, no borres eso”. El soldado, viendo en esta respuesta un insulto al poder de los vencedores, le cortó la cabeza; y la sangre de Arquímedes se confundió con la labor de su ciencia”. 

La última batalla de Arquímedes no fue contra Roma, fue contra algún teorema misterioso que intentaba revelar.
Mosaico sobre la muerte de Arquímedes. Frunkfurt

Fuentes:
Grandes hombres de la historia. Científicos. Eduardo Congrains Martín.
Will Durant: Historia de Grecia.



[1] Aníbal, general cartaginés (h. 247-183 a. de C.), hijo de Amílcar Barca. Sucedió a Asdrúbal al frente de las tropas cartaginesas en la península ibérica. Completó la ocupación de los territorios al sur del Ebro. Al atacar Sagunto provocó la Segunda Guerra Púnica. (218-201 a. de C.). Cruzó las Galias, atravesó los Alpes y obtuvo varias victorias en Italia (Tessino, Trebia, Trasimeno y Cannas), deteniéndose en Capua. Pero tuvo que acudir a Cartago, atacada por Escisión el Africano, y fue derrotado en Zama (202 a. de C.). En su patria se dedicó a reorganizar el gobierno, hasta que, denunciado por sus enemigos, fue reclamado por Roma. Se refugió en la corte de Antíoco III el Grande, pasó a Creta y de allí a la corte de Prusias de Bitinia, donde se envenenó para no ser entregado a los romanos.
[2] Marco Claudio Marcelo, general romano, cinco veces cónsul. Durante la Segunda Guerra Púnica, se apoderó de Siracusa, donde sus soldados degollaron a Arquímedes. Murió en el año 208 a. de C. combatiendo contra Aníbal.
[3] Polibio, historiador griego (h. 200-120 a. de C.). Tras la batalla de Pidna (168) -donde fueran derrotados los macedonios por los romanos-, fue llevado como rehén a Roma. Participó en la tercera guerra púnica. Es uno de los maestros del relato histórico-filosófico con su monumental Historia General de Roma.
[4] Tito Livio, historiador romano (h. 60 a.C – 17 d.C.), natural de Padua. Es autor de una trascendental historia romana, titulada Décadas, desde sus orígenes hasta el año 9 a. de C. y redactada en 142 tomos, de los que solo se conservan 35. fue un ferviente admirador del pasado y celebró la grandeza de Roma.
[5] Quinquerremes, antiguos barcos de guerra, cada uno de los cuales constaba de cinco filas superpuestas de remeros, que los hacían más veloces.
[6] Acradina, ciudad exterior de Siracusa, la parte que fue formada cuando los siracusanos comenzaron a extenderse desde la isla de Ortigia hasta tierra firme.
[7] Vélite, soldado de la infantería ligera romana.
[8] Juan Zonaras, cronista bizantino del siglo XII, autor de un Manual de Historia que llega hasta el año 1118.
[9] Juan Tzetzes, escritor griego del siglo XII que dejó numerosas obras, muchas de ellas aún inéditas. De las publicadas las que más destacan son: Las chiliadas, que es una recopilación de anécdotas antiguas en verso, e Interpretación de Homero.
[10] Valerio Máximo, historiador romano del siglo I, autor de una serie de nueve tratados, que intituló Dichos y hechos célebres.