Esta historia está lejos de morir. Si bien nace y se alimenta de la tradición oral ya a sido recogida en un par de libros, y en el año 2010, en un programa muy visto de la televisión uruguaya. Otro hecho a destacar es que, por ser el protagonista de esta historia de ascendencia vasca, podemos dar por hecho que se ha enterado toda Euskadi (ver noticia de Pais Vasco).
Saturnino Ribes llegó a Salto (Uruguay) en 1864. Era natural de Bayona, Bajos Pirineos. Sus pertenencias mas sagradas: un violín y una mente capaz de concebir y acometer las mas fecundas empresas. Comenzó trabajando como encargado administrativo en la bodega y saladero de su compatriota Pascual Harriague. Permaneció allí algún tiempo y luego pasó a ocupar un alto cargo en la Nueva Compañía Salteña de Navegación a Vapor. En poco tiempo llegó a ser vicepresidente de la misma.
La Compañía obtuvo un préstamo del Banco de Londres por 13.000 libras esterlinas e inmediatamente envió a un técnico a los astilleros ingleses para supervisar la construcción del nuevo vapor Villa del Salto, de mayor capacidad que su homónimo destruido en los embates de la revolución. Mientras tanto, en Salto se comenzaba a armar el vapor a ruedas Solís, cuyo casco y máquinas habían sido construidos en Glasgow.
Otros vapores se armarían posteriormente en el astillero salteño: el Río Paraná, el Río de la Plata y el Uruguay. Cuando llegó de Inglaterra, el nuevo Villa del Salto alternó en viajes semanales con el vapor Río de la Plata; desde Montevideo partían los viernes y lunes, y desde Buenos Aires los sábados y martes hacia la ciudad de Salto.
A pesar de su poderío, la Compañía Salteña no lograba afirmar una política comercial rentable, debido a divergencias entre los accionistas mayoritarios. Ribes notó estas fallas y buscó capitales de apoyo en forma independiente y con facilidades y asesoramiento de astilleros británicos organiza las Mensajerías Fluviales a Vapor, secundado por los técnicos H. A. Hardy y Thomas Elsee.
Entre 1866 y 1868 incorpora los vapores a rueda Sílex y Ónix, nombres de piedras de la zona de Salto que, transformadas en preciosos objetos, se embarcaban por esa época con destino a Alemania; mas el barco de carga y pasaje Pingo y luego los vapores Saturno y Júpiter. En 1868 obtuvo la autorización de la Junta Departamental para construir los galpones de su astillero en una zona aledaña al puerto de Salto.
El Saturno. En homenaje a su nombre. |
El vapor jupiter. |
El Silex. |
El teléfono y la luz eléctrica llegaron a Salto de la mano de Saturnino Ribes, quien hizo instalar el primer aparato telefónico en su casa en el año 1878, con línea directa a los astilleros y a las oficinas de las Mensajerías Fluviales. Su domicilio particular también fue el primero en contar con energía eléctrica. Maravillados, los vecinos acudían de noche a ver la finca iluminada con el nuevo y extraño invento.
De carácter fuerte y dominante, Ribes generaba el respeto y también el temor entre sus obreros y empleados. Podía aparecer sin aviso previo por los astilleros a las horas más desusadas para controlar el trabajo. Muchos de los obreros trabajaban allí desde niños, y Ribes había contratado maestros de escuela y profesores de música —su gran pasión— para que les enseñaran.
Era tanta la presión que sufría y tanta la gente que atendía cada día, que en ocasiones se escondía en los lugares más inverosímiles a tocar su violín. En cierta oportunidad desapareció y nadie lo encontraba; pasaban las horas y no había noticias de él. Entre sus allegados cundió la alarma hasta que finalmente lo encontraron en un depósito de agua vacío, bajo tierra, tocando el violín.
invento de Don Saturnino: una bicicleta acuática |
HECHOS NO PALABRAS
Todas las naves de Ribes navegaban con el pabellón inglés y se distinguían por el lema "Res non verba" (Hechos no palabras). Izaban en su trinquete una bandera con la imagen del planeta Saturno en el centro, evocando el nombre de su dueño.Con el poderío de sus embarcaciones, Saturnino Ribes entabló una encarnizada lucha por la supremacía en el río contra sus antiguos socios de la Compañía Salteña de Navegación a Vapor, que ahora se llamaba Nueva Compañia Salteña de Navegacion a Vapor. Esta Cia vivió una época de gran prosperidad. En 1878 el directorio estaba presidido por Prudencio Quiroga, persona sumamente activa e inteligente, respetado comerciante salteño y padre del escritor Horacio Quiroga, cuyos emprendimientos se veían siempre coronados por el éxito. Era secundado con eficacia por Domingo Fernández, hombre de probada capacidad y honradez, que se complementaba con Quiroga en la administración de la empresa. Al morir Prudencio Quiroga, la Compañía entró en una etapa de divergencias entre los integrantes del directorio. Con gran habilidad, Saturnino Ribes supo sacar provecho de la confusa situación. En 1879 adquirió la totalidad de las acciones de la empresa, liquidó inmediatamente sus actividades e impulsó, ya sin competencia, sus Mensajerías Fluviales a Vapor.
SU MUERTE DA NACIMIENTO A LA LEYENDA
Si bien la vida de Ribes se merece un libro entero por ser vasta en detalles ejemplares, de amor al trabajo, esta vez dedicaré esta pagina a la leyenda. Lo tragico de la vida de este hombre es justo al final, cuando le toca decir "Agur" a este mundo.En su libro Salto de ayer y de hoy, el escritor salteño Eduardo S. Taborda narra lo siguiente:
"... Y la voz del pueblo se hizo oír con estridentes resonancias, diciendo que unos caballeros de industria, de manos sucias y conciencias pardas, en combinación con un escribano sin escrúpulos, habían hecho desaparecer el testamento auténtico, fraguando otro, después de la muerte de Dn. Saturnino, en el cual aparecían todos ellos favorecidos.
Esta fue la razón —a estar de este hecho— de que Salto carezca de una Flota, se haya perdido el Astillero, no se edificara el Hospital, no se haya fundado la pequeña Universidad y que varios viejos obreros, honestos y laboriosos, hayan muerto exhalando en sus últimos suspiros el anatema de su desprecio y de su odio hacia la canalla que los había despojado.
Algunos escritores y cronistas interesados, al tratar este asunto, han hecho esfuerzos por enmendar y torcer la opinión pública, pintando con mano mercenaria a Dn. Saturnino como a un viejo misántropo y egoísta, para encubrir, solapadamente, nombres que para nuestro pueblo han sido y son repudiables y oscuros."
Taborda y otros investigadores recogen el hecho infame conocido en Salto como "El testamento de la piolita", que la tradición oral se encargó de hacer llegar hasta nuestros días.
Esta historia cuenta que, apenas muerto Ribes en su lecho, los "caballeros de industria", que se encontraban a su lado, impidieron la entrada de cualquier otra persona en el dormitorio y manifestaron que Saturnino pedía urgentemente la presencia de un notario, ya que pretendía hacer un testamento antes de morir. El ama de llaves manifestó que su patrón ya había hecho testamento, pero los señores vestidos de negro le respondieron que él sólo deseaba cambiar algunas cláusulas.
La habitación se encontraba casi a oscuras. Las cortinas permanecían cerradas, evitando así posibles miradas indiscretas. A pesar de haber sido Ribes el primer habitante de Salto en contar con luz eléctrica en su domicilio, en esos momentos sólo un candil iluminaba débilmente el amplio dormitorio, debido a que "al enfermo le molestaba la luz fuerte".
Preparada la escenografía, se pasó a la acción. Alrededor del cuello del muerto se colocó una piola, cuya punta sostenía disimuladamente alguien sentado a su lado. Al llegar el escribano cómplice, los "caballeros" le informaron que Ribes ya les había comunicado los nombres de sus futuros herederos, quienes casualmente se encontraban todos presentes en la habitación. Se autorizó entonces la entrada de los inocentes testigos, que fueron colocados en un extremo del cuarto en penumbras, lejos del lecho.
El escribano habló al cadáver, preguntándole si en el uso de sus facultades deseaba legar la totalidad de sus bienes en favor de las personas que a continuación se detallaban. Al formular cada pregunta se agachaba para escuchar la respuesta, mientras el que sostenía el extremo de la piolita tiraba de ella hacia adelante, levantando así la cabeza del muerto. Los testigos apenas veían una cabeza que asentía. Se simuló luego la firma del testamento. Los señores de negro rodearon la cama, impidiendo la visión de los testigos. Estos finalmente firmaron y fueron retirados de la habitación. Saturnino Ribes murió oficialmente pocas horas después, cuando un médico ajeno al hecho certificó su muerte. Los "herederos" malvendieron la flota de vapores y la totalidad de los astilleros a Nicolás Mihanovich.
Fuentes:
"Historia del Vapor de la carrera" Richard Durant.
"Salto de ayer y de hoy" Eduardo S. Taborda.
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