lunes, 7 de febrero de 2011

Preámbulos europeos de las invasiones inglesas del Río de la Plata.

Batalla naval de Trafalgar.
¿Quiere despegar en vuelo rasante por hechos históricos que acontecieron antes de las invasiones inglesas al Río de la Plata? Pues despeguemos, pero no pierda de vista bajo ningún concepto a nuestro "río ancho como mar". Le advierto esto porque en tanto giro circunstancial puede ser que lo pierda querido lector. Mis condolencias si esto es así.

Una idea que debemos incorporar a nuestra mirada de la historia, es que nuestra historia, por más que sea nuestra, no debe ser vista a solas, aislada de un contexto mayor, regional y sobre todo, universal. La deberíamos estudiar, rever, dentro de un marco regional, primero y mejor aún, universal ó "global", como suele decirse hoy.

En junio de 1588 las naves de Francis Drake derrotaron en el Canal de la Mancha a la flota española enviada por Felipe II a atacar la isla.

Allí fueron capturados y hundidos 64 de los 130 navíos de la Armada Invencible, pereciendo en la acción 10.000 marinos españoles . El triunfo inglés se vio facilitado por el empleo de brulotes, pequeñas embarcaciones rellenas de estopa y alquitrán ardiendo, y de navíos de mediano tonelaje que resultaron muy eficaces ante los pesados galeones españoles.

Luego de esta victoria, Inglaterra decidió hostigar a España en su propio territorio recurriendo al sistema de piratas y corsarios, ya que su poder marítimo se hallaba aún en estado embrionario. En 1589 Drake atacó La Coruña y otros puertos del Cantábrico, y saqueó a Cádiz durante dos semanas.

Esta guerra naval continuó hasta 1604 y su exitoso resultado posibilitó el paulatino ascenso de Inglaterra a potencia marítima comercial, a la vez que fue el punto de partida de la decadencia naval de los españoles, lo que sumado a la sublevación de los Países Bajos iniciada veinte años antes, y que culminara con la independencia de Holanda , precipitó la quiebra de la hegemonía y el poder hispanos en el contexto de las naciones europeas. Esto se reflejó en un notable debilitamiento de las defensas de los dominios españoles de ultramar, al tiempo que permitía la apertura de las rutas ultramarinas a Inglaterra y a Holanda.

La insularidad, que tanto influye en la formación de un pueblo marinero, y su vocación expansionista, habían hecho tomar conciencia a los ingleses de la necesidad de contar con un fuerte poderío marítimo tanto a través de una eficiente armada de guerra, como de una adecuada flota mercantil. Así comenzaron a tomar una serie de medidas, tendientes a lograr el pleno dominio del mar.

Mucho podría resumir en decir que Portugal se alió con Inglaterra otorgándole muchas facilidades a la segunda. Y mucho tendrá que ver esta alianza cuando llegue la avanzada Anglo-Portuguesa a las costas de Colonia del Sacramento en 1762. (primera invasión)

Las invasiones inglesas (la segunda y la tercera) quedan enmarcadas en el amplio cuadro de la guerra que suele denominarse napoleónica, o imperial, diferenciándola del período precedente, el revolucionario. El marco más amplio, corre desde 1789 hasta 1815, algo más de un cuarto de siglo, y es subdividido en capítulos. El que nos ocupa, parte desde la quiebra de la Paz de Amiens (1802)  al año siguiente, 1803, hasta 1807 ó 1808, con el inicio de la prolongada y trágica (basta rever los grabados de Goya, para constatarlo) guerra peninsular, que involucró a España y Portugal y desencadenó, casi inevitablemente, los procesos independentistas en toda nuestra América. Esa es otra etapa.


A partir de 1804 con Napoleón, autoproclamado Emperador, la historia vuelve a dar un nuevo salto de categoría, sobre los que ya había dado. La confrontación franco-británica, llena de episodios decisivos no solo para las dos naciones nombradas, sino para todos, inicia los diez años que concluirán en Waterloo, uno de los momentos bélicos y diplomáticos más relevantes de la historia europea y mundial. Londres se resiste con todas sus fuerzas a ceder al creciente dominio continental napoleónico, que anexa territorio y gana nuevos estados vasallos, como la denominada República Cisalpina (Italia) y nuevos aliados, como la Confederación Helvética (Suiza). Asimismo, los Estados occidentales del aún subsistente (hasta solo 1806) Sacro Imperio Romano Germánico, son "reorganizados" bajo tutela y conducción imperial francesa y luego, para más, las tropas francesas ingresan a la República de Batavia, es decir, los actuales Países Bajos u Holanda.

El Emperador rehúsa además reanudar la vigencia de los tratados de comercio con los ingleses, lo que provoca grave perjuicio económico para la pujante economía industrial de la isla y el resentimiento que se deriva de ello se refleja en insultos de todo orden contra el Emperador en la muy activa prensa londinense. La tensión, llena de sospechas mutuas y alentada por la inteligencia (ya muy activa) de nuevas iniciativas bélicas de futuras conquistas, crece y la especie de "guerra fría" (expresión usada ya entonces, recobrada hoy por varios historiadores) da paso acelerado a acciones de guerra verdadera, es decir, caliente. El enfrentamiento anglo - francés es, como desde hace un siglo y medio, permanente y puede decirse, sin temor a errar, a escala global. 

En el mismo año, 1804, se inicia un proceso de acumulación de fuerzas militares y navales, por parte de Francia, cuyo objetivo estratégico vuelve a ser, una vez mas (había sido intentado ya en 1799 y en 1801), la invasión de la isla, que enfrenta semejante perspectiva, al inicio (en 1803), sola, mas luego comienza a tener aliados. Se forma la Tercera Coalición, con Austria y Rusia (hubo, se sabe, hasta siete coaliciones, en el transcurso del cuarto de siglo de las guerras revolucionarias e imperiales). Estos años (1804 y 1805) son decisivos, pues ahora España misma entra en guerra también contra Inglaterra, y la coalición con Francia llevará a ambos países a Trafalgar, batalla emblemática para los ingleses, que la tienen en el pináculo de las muy pocas mayores de toda su historia. No en vano la plaza más significativa, en Londres, lleva su nombre. 


En esta concentración de fuerzas militares y navales, en Boulogne, a la que se suma la construcción masiva de naves y barcas de asalto para la invasión a la isla, unos 150.000 efectivos, cifra gigantesca, aún para niveles actuales. Inglaterra, donde históricamente se tuvo como la mayor amenaza la invasión desde el continente, de las que hubo varios intentos, exitosos, las varias vikingas, en el siglo IX, y la normanda, en el XI, mas la que cambió más que ninguna la historia, la de 1688, y fracasados, como la Armada Invencible española, en 1588; de la que mencioné antes y, la más importante, la intentada por Hitler, en 1940, percibe el peligro como gravísimo y terminal. Por ello desarrolla un plan de defensa que reúne voluntarios; entrena milicias; construye grandes fortificaciones; mejora el sistema de señales y comunicaciones rápidas y efectivas, que ya es el mejor, por gran diferencia, de todos los de la época; prepara la evacuación de las costas invadidas y hasta el traslado del Gobierno hacia el norte de la isla.


La guerra antinapoleónica, que en un momento previo, en los inicios de la guerra antirrevolucionaria, en los años 1790, se creyó que sería una condena que destruiría financieramente a Inglaterra, se demostró, en la práctica todo lo contrario: La Nación en armas pudo no solo sostenerse, sino sostener a sus aliados, militar y financieramente. Es imprescindible indicar aquí que las guerras revolucionarias, luego devenidas imperiales, significaron un real salto cualitativo, un nuevo paradigma de la guerra, en función de varios elementos distintos. El factor económico, en la base de la mayoría de ellos, más el ideológico - relativamente novedoso (también fue factor en las guerras de la independencia de EEUU) - conformaron una masa crítica que produjo ejércitos, armadas, logística, campañas, batallas, daños y pérdidas de una envergadura mucho mayor que los momentos históricos precedentes.

Concentrémonos en el período: 1804-1808. Por una parte, continúa la preparación francesa para una invasión a la isla: Se concentran en Boulogne 150.000 efectivos. Por la otra, la secuencia de la guerra naval de preparación que llevará a la gran batalla de Trafalgar, duró casi dos años, desde 1803, hasta el día de la gran batalla, una de las más notorias y decisivas de la historia naval: El 21 de octubre de 1805. 


La estrategia francesa consistía en la unificación de las flotas francesa y española. Sin embargo la batalla frente al cabo Trafalgar fue un completo fracaso para Napoleón. Si bien Inglaterra superó un momento de peligro terminal que se cernía, los ejércitos napoleónicos ya habían partido, cuatro meses antes, desde Boulogne hacia la región del Danubio del sur de Alemania para iniciar una sucesión de campañas, entre mediados de 1805 y la Paz de Tilsit, en julio de 1807 (precisamente en el momento de la Defensa de Buenos Aires), momento en que el Emperador alcanza el cenit de su carrera militar y de su poder. Estas campañas se extenderán durante dos años, coincidentes con las campañas británicas a Sudáfrica, primero (exitosa), y al Río de la Plata, Buenos Aires y Montevideo, luego (al fin, frustradas).

Es necesario insistir: La operación al Río de la Plata fue sin duda importante, no un mero ejercicio secundario, si se toman en cuenta las cifras del esfuerzo en efectivos, naves, comando, logística, objetivos económico y comercial. Más importante aún, para el destino europeo, es que el Zar interpretó que los británicos estaban más interesados en otros lugares del mundo, para su expansión comercial, que en concentrar el esfuerzo bélico contra el Emperador. Es perfectamente posible - así lo interpretaron algunos estudiosos - que esta "indiferencia" británica, con el envío a Buenos Aires de una fuerza, haya inclinado al Zar a concluir la Paz de Tilsit. Además, existen otros parecidos recientes, con 1942 y 1943, cuando los rusos insistían a Churchill y a Roosevelt que invadieran Europa en esos años.

La siguiente etapa, que concluye este período, nos acerca a los sudamericanos mucho más a la historia  mayor". Portugal, pequeño reino en el extremo occidental de Europa, pero con colonias extendidas en tres continentes rehúsa aceptar ser parte del Sistema Continental. Se resiste. Así desencadena la ira del Emperador que luego del Tratado de Fontainebleau en octubre 1807 con la ya muy debilitada y corrupta monarquía borbónica en España, obligándola a permitir el establecimiento de guarniciones francesas en su territorio y dejar paso a sus ejércitos, en marcha hacia Lisboa, envía al Mariscal Junot hacia la capital portuguesa. 




El comandante francés llega apenas un solo día luego de que partiera la flota británica llevando al rey portugués, Juan VI y a toda su familia al Brasil. No cabe duda que este fue uno de los momentos históricos más importantes para nuestro continente, la de los sudamericanos, pues ingresamos en el juego estratégico mayor de dos de las grandes potencias en pugna: Francia e Inglaterra. Una vez en Portugal, el año siguiente, 1808, verá el inicio de la gran guerra peninsular, involucrando de lleno al Reino de España, y sobre todo, a su población civil, y en consecuencia, también a sus colonias. Es decir, nosotros.

Así llega el nudo al ojo de la aguja. Y no pasa. El Gran Corso comienza a intervenir en "nuestra" historia, en forma ahora más directa, al hacerlo en la de España, de la que formábamos parte. Napoleón aprovecha hasta el abuso mas cruel la desgracia borbónica, con esos patéticos personajes gloriosamente retratados por Goya (es muy difícil encontrar retratos tan impresionantes que narran por si solos toda una historia, como el de la familia de Carlos IV, en El Prado). Goya producirá luego el otro portento plástico: "Los desastres de la Guerra". 



La prolongada, desesperada y brutal contienda peninsular será una de las mayores, quizá la máxima condena para el Emperador. Ejércitos enteros; centenares de miles de hombres; ingentes recursos; campañas devastadoras; crueldades sin límite, todo será consumido durante casi siete años en la trágica, horrenda guerra ibérica, la peor que padeció la península en su propio territorio, al fin de la cual terminará despojada de los restos de su ya demasiado durable imperio de ultramar, y arrastrada a un retroceso del que le costará,quizá, un siglo emerger. Y el Gran Emperador concluye, él, totalmente derrotado, desde todos los puntos cardinales, con prácticamente todo el mundo en su contra.





Las invasiones inglesas del rio de la plata. Carlos Roberts. Emece Editores. 2000. 


Invasión, reconquista y defensa de Buenos Aires. compilado: Arnaldo Adolfo. 2005.


– Las invasiones inglesas vistas desde alla. Gral. Gustavo Martínez Zuviría. Separata del Boletín de la Academia Nacional de la Historia. Volumen LI. 1978. 

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